
Leer y atreverse puede parecer temerario, pero como decía el papa Francisco a los jóvenes: “hagan lío”. Y aunque no somos ya tan jóvenes, algunos no perdemos del todo ese descaro. Por ello, emplearé un término más serio y empresarial, voy a proponer algunas propuestas de valor desde la economía del nombre.
Hace un tiempo supe de un libro cuyo título me resultó muy sugerente: Place Naming, Identities and Geography. Critical Perspectives in a Globalizing and Standardizing World (Key Challenges in Geography), editado por Gerry O’Reilly, profesor asociado de geografía en la Dublin City University. La obra recoge las contribuciones de 47 académicos de todos los continentes, quienes presentan 26 ponencias desde una notable diversidad de perspectivas.
Este volumen se enmarca en la geografía crítica y ha sido publicado dentro de la serie de EUROGEO (European Association of Geographer), en total sintonía con UNGEGN (United Nation Group of Expert son Geographical Names), donde España está representada por el Instituto Nacional de Estadística y Francia por el Institut National de la Statistique et des Études Économiques y Le Portail de la statistique publique française. En Baskonia, la institución encargada de esta cuestión es Euskaltzaindia.
La obra parte de las narrativas del place naming o nomenclatura de lugares, estructurándose en cinco bloques: -Enfoques conceptuales y teóricos desafiantes, -Implementación de la estandarización, -Geo-historias, legados y transiciones toponímicas, -Idioma, cultura y educación en la toponimia, y -La relación entre nomenclatura geográfica y política cultural.
Destaca la relevancia de la toponimia como eje identitario. La mayoría de autores subrayan la necesidad de adecuar los denominativos de lugares a la lengua del lugar, especialmente en países que han recuperado su soberanía, usándola como símbolo de identidad. En otros casos, los nombres surgen de mezclas entre historia, religión y toponimia.
Un rasgo transversal en casi todos los casos estudiados es el anticolonialismo. Se denuncian colonialismos lingüísticos, económicos, religiosos o ideológicos, realidades bien conocidas en Baskonia. Surge así una tendencia clara: trabajar desde la identidad del territorio como norma general.
Personalmente, me interesó el enfoque económico presente en algunos capítulos. Todos ellos están llenos de ejemplos prácticos. Pero me ha llamado mucho la atención el caso de Bombay, que proviene del galaico-portugués “Bom bahia”, que los ingleses lo transformaron en Bombay, mientras que ahora, desde 1995, se llama oficialmente Bumbai que en marathi significa “madre”.
Este caso me llevó a reflexionar sobre Baskonia, donde —a mi juicio— no siempre se ha considerado la “economía del nombre”. Ha predominado el criterio histórico y documentado, generalmente acertado, aunque no exento de errores. Pero pocas veces se ha valorado el aspecto económico, el impacto práctico del nombre como elemento funcional, lingüístico y simbólico.
Desde la primera pulsión, en la que se pudieron revisar los nombres oficiales utilizado durante el franquismo, ha llovido suficiente, y muchas cuestiones se han estabilizado. Un buen ejemplo es Laguardia donde tras mucho deliberar, Euskaltzaindia ha decidido que el nombre oficial en ambos idiomas, castellano y basko, sea Laguardia. Decisión adoptada tras un largo período en que se consideró que el nombre en basko fuera Biasteri, para luego utilizar Guardia y otros proponer Legarda. Una solución propicia y muy sensata desde la economía lingüística.
Hay que aceptar que otras decisiones resultan más controvertidas, como Agurain. Si bien su nombre oficial es Agurain/Salvatierra, el ayuntamiento utiliza exclusivamente Agurain, lo que es probablemente una decisión polémica, aunque desde el prisma de la economía del nombre diría que ha iniciado un camino razonable.
Resulta, en cambio, absurda la persistencia de dobles nombres como Ancín/Antzin, cuando una solución única como Anzin resultaría más eficiente. La falta de revisión crítica de estos casos es sintomática.
Se están utilizando también dobles nombre en municipios más relevantes como son las propias capitales de Baskonia donde el criterio economicista ocupa un lugar secundario, lo que genera problemas. La duplicidad de denominaciones no es funcional en este período en la que la Googlelización, término que debo a O´Reilly, y estandarización son tan necesarias.
Voy a aventurarme con alguna propuesta de valor, pese a que, sin ser lingüista, ni historiador, ni geógrafo, ni tratar de contentar a una u otra ideología, corro el peligro de salir vilipendiado por el atrevimiento. Todas ellas cumplen los requisitos del Manual de estandarización nacional de nombres geográficos de Naciones Unidas.
Bilbao es la capital que lo tiene más fácil. Su nombre oficial es Bilbao en ambos idiomas oficiales, aunque en basko se utiliza Bilbo. Funciona apropiadamente, por lo que dejarlo como está parece lo más inteligente.
Vitoria/Gasteiz ha integrado el doble nombre bien, quizás porque son dos nombres cortos, Google también lo maneja correctamente. De todos los nombres dobles de las ciudades de Baskonia es el menos problemático.
Pamplona/Iruña presenta cierta descompensación, siendo oficial el doble nombre, desde la óptica económica un esfuerzo adicional sería deseable. Si como algunas etimologistas deducen el nombre Pamplona viene de Pompeio + Iruña de lo que resulta Pamplona, la solución no sería muy dificultosa: Panplona, escrito con las reglas de la lengua baska.
Algo parecido cabe de decir de Donostia/San Sebastián, si Donostia deriva de Done Sebastiane, podría hacerse un cierto esfuerzo en aglutinar el nombre. Por ejemplo, utilizar Done Sebastian igual para todos los idiomas, resolvería esta cuestión.
Bayona sigue con el nombre oficial de Bayonne. Una fácil solución integradora es oficializar, según las reglas de la lengua baska y en este caso del gascón: Baiona. Quizás algún signo para la lengua francesa podría servir de gran ayuda, Baïona por ejemplo.
Es contraproducente seguir a expensas de puristas que discutan hasta el infinito estas cuestiones, no lleva a soluciones. Es imposible contentar a cada interpretación filológica, linguística o ideológica. Se trata de buscar las mejores alternativas, las más funcionales para el uso cotidiano en el contexto global en que vivimos, manteniendo a su vez la propia identidad.






